Hace apenas cinco semanas, Diogo Jota alzaba su primera Premier League con el Liverpool, girando una bufanda roja bajo el clamor del Kop. Hoy, en ese mismo lugar, una camiseta con el dorsal 20 descansa entre flores, velas y mensajes. Sobre ella, alguien escribió: “Eternamente campeón”.
El fútbol europeo, y especialmente la ciudad de Liverpool, han amanecido hoy bajo un velo de incredulidad. La noticia de su fallecimiento en un accidente de tráfico, junto a su hermano André, ha golpeado con fuerza. Ambos viajaban en coche por la provincia de Zamora, camino a Santander, desde donde pensaban tomar un ferry rumbo a Inglaterra.
No era un viaje cualquiera. Jota había sido recientemente operado del pulmón tras disputar la Liga de Naciones con Portugal, y los médicos le habían desaconsejado volar en avión por cuestiones de presión. Fue por eso que eligió una ruta más larga y tranquila: cruzar la península por carretera hasta la costa cántabra y embarcar rumbo a Portsmouth, en un trayecto que requería dos noches de travesía.

Su última comida la compartió con su mujer, Rute, y sus tres hijos, justo antes de emprender ese viaje que jamás llegó a su destino. Pocos días antes había estado en Portugal, en la boda de su amigo José Sá. Estaba feliz. Estaba tranquilo.
Por eso cuesta tanto aceptar lo ocurrido. El golpe es profundo. Porque Diogo Jota no era solo un jugador importante. Era alguien que se había ganado el respeto, el cariño y la identificación del hincha. Aquel que, sin ser siempre titular, aparecía cuando el equipo más lo necesitaba. Como en su último gol con el Liverpool: el que decidió el derbi contra el Everton.
Con movimientos astutos y una lectura de juego fuera de lo común, Jota parecía encontrar espacios donde no los había. Algunos veían en él algo de Suárez; otros, la eficacia de Fowler. Más allá de las comparaciones, lo cierto es que transmitía compromiso. Siempre. Y eso en Anfield se valora más que nada.
Vivía con discreción en Blundellsands, cerca de Crosby. Robertson, compañero y amigo, decía de él que era “el extranjero más británico que he conocido”. Incluso bromeaban con que, en realidad, era irlandés. Era una forma de decir que Jota había entendido lo que significa ser parte de Liverpool.
Las redes comenzaron a llenarse de homenajes. Algunos, como el del mexicano Raúl Jiménez, compañero en Wolverhampton, lo resumieron con una frase: “Sigo sin poder creerlo; abrazo hasta el cielo”. Otros compartieron anécdotas personales, como un mensaje personalizado que Jota envió a un aficionado enfermo hace años, animándole a mantener una actitud positiva.